La gestación de un territorio o de cómo se teje la convivencia



Álvarez Pedrosian, E. (2014) "La gestación de un territorio o de cómo se teje la convivencia". XII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación, ALAIC -PUCP, Lima.

Ponencia completa


















XII Congreso de la Asociación Latinoamericana
de Investigadores de la Comunicación (ALAIC)


Pensamiento crítico latinoamericano y los desafíos de la contemporaneidad

Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la PUCP,
Lima, 6,7 y 8 de agosto 2014




GT 15: Comunicación y Ciudad


La gestación de un territorio
o de cómo se teje la convivencia


Eduardo Álvarez Pedrosian

Universidad de la República y SNI-ANII, Uruguay
eduardo.alvarez@fic.edu.uy




Resumen: En este ensayo, se pretende poner en consideración una serie de problematizaciones a partir de una investigación de corte etnográfico en dos emplazamientos montevideanos donde está en marcha un plan de intervención socio-habitacional, orientado a sectores en situación crítica en relación al hábitat. Nos centramos en uno de estos casos para conocer y pensar desde el ejercicio de la etnografía, cómo es que se crean nuevos territorios en estas situaciones intensas, por su emergencia y radicalidad en la modificación material y poblacional. Nuestro tema central es un tipo de territorio en concreto dentro de este panorama, el que se corresponde con lo público. A partir de ello proponemos una reflexión sobre la noción de espacio público, su abordaje y conceptualización, intentando disolver la esencialización que se ha generado a su alrededor, buscando lo que está en juego más allá de dicotomías subsidiarias de esta simplificación, como puede ser la dialéctica de lo público y lo privado, de la sociedad y el individuo. Analizando la comunicación desde las dinámicas de producción de subjetividad, resulta por demás significativo plantearse la generación de nuevos territorios de lo público donde el habitar y la espacialidad sean las claves de análisis, y gracias a ello podamos considerar, más que tipos de propiedad, el espacio-tiempo de lo que constituye o no un hogar, en sus diferentes escalas y dimensiones.







1 Habitar un territorio en construcción

            Este artículo se inscribe en una investigación de carácter etnográfico y de mayor envergadura sobre el diseño y construcción de nuevos habitares[1], en el contexto de la implementación de un plan socio-habitacional a partir de la asunción por ley de la existencia de una situación de emergencia en sectores de gran vulnerabilidad social en el Uruguay contemporáneo (Poder Legislativo de la ROU, 2011). La cuestión central que en esta ocasión pretendemos abordar, podría enunciarse así: ¿de qué forma se lleva a cabo el proceso de creación de nuevos habitares? En esta situación en la que nos sumergimos, se está llevando a cabo la transformación de la materialidad, según diseños que están siendo generados como parte del proceso, según dinámicas políticas y epistemológicas donde se ponen en juego diferentes saberes y campos en conexión. Y en el fondo, implica que aquello mismo que consideramos como habitar, se pone en discusión, abriéndose como problemática más que cerrándose como supuesto incuestionable, marco teórico como aún se sigue denominando.
La teoría previa al ejercicio de investigación, es necesariamente puesta en duda, al mismo tiempo que sirve de lanzadera o pista de despegue para la exploración. Pero ni siquiera ella es algo acabado, concluido, y el hecho de que al establecer un comienzo de investigación lo anterior aparezca como algo cerrado es un gran error. Tomamos, por tanto, un conjunto de herramientas conceptuales para usarlas, y ellas mismas están, en diferentes sentidos e intensidades, más o menos cristalizadas. Los problemas en torno a los procesos de subjetivación, en tanto el estudio de las formas de ser a partir de haceres y prácticas singulares y singularizantes, puede enfocarse en las espacio-temporalidades y las maneras de estar-en-el-mundo, de habitarlo. Las formas de habitar, como los procesos de subjetivación en general, van más allá e incluyen a los procesos de diferenciación entre un adentro y un afuera, al estilo de espacio público y privado, construcciones como individuo, sujeto y sociedad (Álvarez Pedrosian, 2011). En este caso nos interesa traer cuestiones que hacen a aquél “espacio público”, nuevamente bajo una profunda discusión que atañe a cuestiones por demás relevantes en la contemporaneidad. Dejamos como problemática abierta su conceptualización. Lo primero que haremos es descomponer la asociación, para desustancializar el espacio y lo público al mismo tiempo, procurando no disolver la relación, sino más bien explorar su naturaleza lo más posible, inclusive teniendo en cuenta su inexistencia. Volveremos a ello en cada momento del análisis y en la síntesis final. Lo que ahora parece imponerse, es la necesidad de delimitar la dimensión de estudio, aunque implica hacerlo rizomáticamente.
Un tipo de orden de intensidades, un “territorio”, es lo que aparece como realidad abordada. Sus fronteras son tanto materiales como inmateriales, y en relaciones no unívocas. Lo que pasa dentro de un hogar, es tan social como todo lo demás. Pero hay umbrales, niveles, dimensiones diferenciadas, donde los factores presentes cambian de escala y de naturaleza al mismo tiempo, llegando a ser considerados de una forma que no es la misma siempre. Con todos estos recaudos, podemos plantearnos ese territorio a ser analizado, que hace a los espacio-tiempos que ningún habitante considera como exclusivamente propios, y de los que algunos se interesan más que otros, aunque su impacto en todos es incuestionable.
            Esto es particularmente relevante en estos casos, como los de un Plan en marcha, sobre la aceptación de la existencia de una “crisis socio-habitacional” en las poblaciones en las que pretende actuar. Es comprensible el por qué, pues más allá de la crítica sobre la idea de una naturaleza de lo público, se encuentra lo colectivo, la inter y trans-subjetividad, desde donde se comprende que cualquier configuración subjetiva es resultado de estas dinámicas transversales y más o menos holísticas. Un territorio es una configuración espacio-temporal que adquiere el carácter de hábitat para cierto tipo de entidades que lo pueblan. Esto se da a partir de la constitución de ordenamientos gracias a líneas de segmentaridad (como la dualidad público-privado justamente), micro-devenires de desterritorialización relativa, donde son posibles las transformaciones dentro de lo existente, y las líneas de fuga, ya de desterritorialización absoluta (Deleuze y Guattari, 1997: 319).
Las relaciones entre estas tipos de líneas, fuerzas o dinámicas de construcción y deconstrucción (del caos, terrestres y cósmicas respectivamente), son por demás múltiples. Otra forma de concebirlas es como las del umbral del caos al territorio, la organización del mismo en infra-agenciamientos, y la salida hacia otros territorios, los inter-agenciamientos. Pero la pregunta es: ¿puede suceder que se generen territorios sin una de ellas?, ¿se trataría de un territorio o de otro tipo de entidad espacio-temporal, y por tanto, generadora de cierto tipo de procesos de subjetivación de otra índole? Mucho de lo que acontece en nuestro entorno en gestación, tiene que ver con esta composición y diseño de lo territorial. Experimentado a veces, desde ciertos sentidos, según algunas subjetividades, como una zona que está conformándose incluso como un nuevo “barrio” –con todas las connotaciones que esta configuración en particular posee (Gravano, 2003) y que aquí no podemos exponer–, pero en permanente asedio por fuerzas contrarias a su conformación.
            “Hay territorio desde el momento en que hay expresividad de ritmo” (Deleuze y Guattari, 1997: 321). La comunicación, entendida como expresividad, en la senda del planteo de Spinoza más que en la representación cartesiana (Sfez, 1995), aparece como condición primordial en tal sentido. Medios y ritmos son tomados como “materiales de expresión” (Guattari, 1996). Como sucede con el color de los peces y pájaros, los colores de las viviendas pasan de ser meros resultados de funciones directas a expresar, como una marca, una “firma”, no de un sujeto sino de una morada. Siguiendo el análisis de Deleuze y Guattari, las cualidades expresivas son anteriores a la propiedad o posesión, ellas generan la apropiación y no a la inversa, pues “constituyen un haber más profundo que el ser” (Deleuze y Guattari, 1997: 322). Luego, la firma deviene “estilo”, cuando ya supera las funciones o impulsos inmediatos. Toda una micropolítica se lleva a cabo en esta dimensión de intensidades y fuerzas más o menos en tensión, en “distancia crítica”, no medida sino rítmica, del fluir de los elementos: habitantes, objetos, etc. Cuando esto no es posible, no hay juego de diferencias en conexión, y el territorio puede reducirse al propio cuerpo individual, o como hemos constatado en diversos contextos de investigación, la diferencia entre lo urbano y lo arquitectónico, entre las escalas de la ciudad y la vivienda se difuminan, siendo la habitación dentro de una vivienda todo lo que puede ser habitado de forma plena.
            Ciertamente, es preciso que se dé una suerte de “descodificación” en relación a los otros territorios para que de allí aparezca uno con sus propias singularidades, la génesis de un nuevo espacio-tiempo cíclicamente enlazado a una  tierra determinada. Un territorio es algo tanto cerrado como abierto, es un problema de “consistencia”, de heteróclitos, coexistencia y sucesión, en los tres niveles, escalas o dimensiones (Deleuze y Guattari, 1997: 334).




2 De al lado, de abajo y de más allá

            Quizás podamos comprender las distintas formas de habitar que se encuentran convocadas una vez se genera, gracias a la implementación del Plan, una nueva realidad con habitantes procedentes de otros territorios, a partir de tres tipos específicos de familias correspondientes a distintas fases de la historia de la zona. Si bien pueden existir otras trayectorias, consideramos que son muy significativas para elaborar una tipología fuerte que ponga en contraste la heterogénesis existente, la cual no necesariamente denota una fragmentación social, cultural y espacial, y por tanto un espacio de lo público inexistente o tan solo enunciado como un deber ser inalcanzable, aunque es innegable la condición general de un “interiorismo posmoderno” para el cual el exterior es sinónimo de peligro (Méndez Rubio, 2009: 81). Esta situación, que efectivamente se termina dando en nuestra zona de estudio, depende de otros factores además de estos que nos informan sobre las procedencias y emergencias de los habitares involucrados en las configuraciones antropológicas de los residentes hasta el momento. Pero, sin duda, es una forma de comenzar a esbozar la cartografía de estos fenómenos difícil de evadir, ya que constituye una de las fuentes principales de elementos a tener en cuenta.
            Un primer grupo de habitantes, aparece identificado por ellos mismos y por el resto como los correspondientes a otro Plan anterior, el de regularización de asentamientos (PIAI), que se puso en obra hace en algo así como diez años. Antes de eso, la cañada lo era todo. De allí viene su control, la definición de la senda doble a ambos lados de la canalización de la misma, los primeros trazos del ordenamiento territorial en general. Las viviendas que pertenecen a tal fase conforman una serie continua, ubicadas hacia el lado de la avenida (que más bien es un afluente de una ruta nacional), en la “entrada” de la zona en tal sentido, una sobre la acera norte, mientras los primeros servicios educativos, sanitarios y comunitarios en general fueron construidos en frente. Estos equipamientos pasaron a ser para todos, y no es de extrañar que estos se consideren “los primeros habitantes del barrio”. Una de las vecinas nos narra el proceso de conformación de la zona a partir de su historia de vida, así como describe y evalúa la forma de habitar de su familia y de los vecinos próximos. Proviene de barrios consolidados de la zona oeste de Montevideo, de gran tradición obrera y de sectores populares. Sus padres fueron trasladándose hasta llegar a la zona inmediatamente vecina, un pequeño complejo de cabañas de tipo cooperativo.
Desde allí, viviendo con su compañero en una pequeña casilla al fondo del predio de sus padres, era partícipe junto a futuros habitantes y vecinos, técnicos y autoridades municipales y estatales, de la generación del nuevo entorno modificando la cañada existente. Durante el duro temporal de 2004, pudo apreciar cómo volaban las techos y otros elementos, guardando una sensación de que ese nuevo paradero, contiguo, el de su futura vivienda, era aún un páramo. Trayendo los patrones de vida urbana, en especial el referido al de casas independientes yuxtapuestas más o menos en una retícula de calles, aspira hasta la actualidad a encontrar una vía para que el nuevo territorio se aproxime a tal configuración. Fuerte es la distinción entre el espacio que considera propio, portón adentro, y el resto, que no es definido como público, por no haber alcanzado las cualidades necesarias para ello. El agua de la cañada la amenaza cuando hay fuertes lluvias, el sonido de música y la cercanía de grandes perros la invaden por uno de los costados, pero no cesa en los intentos por organizar a los vecinos. Una explosión de color expresa, fuertemente, esta condición de viviendas y habitares, que según nos fue narrado, comenzó en esa casa, pasando el gesto a ser rápidamente imitado.




Un segundo grupo está constituido por algunos de los primeros beneficiarios del Plan Juntos, no de forma exclusiva pero sí en mayor medida. Esta zona es para nosotros por demás importante, porque fue en ella, y quizás en otra más, donde comenzó a operar. Varios de los habitantes que pertenecen a este grupo (identificado como “grupo 1” en la jerga local y en la administrativa), llegan al ser realojados de un asentamiento irregular, ubicado en los escombros de unas instalaciones industriales a un par de kilómetros de allí, en la desembocadura del arroyo Pantanoso en la bahía de Montevideo, al ingresar al Cerro. Una de estas vecinas, nos narra que el Plan en su totalidad comienza a andar a partir de la trágica muerte de uno de sus hijos, aplastado por parte de las ruinas industriales en las que vivían y en las cuales sus habitantes y otros que llegaban hasta allí, iban extrayendo materiales entre los escombros, factibles de ser vendidos como chatarra y residuos reciclables.
            La vida en aquél asentamiento (aún en pie, en sus derivaciones más distantes del acceso a la trama urbana), era completamente diferente a la que vienen construyendo en la nueva zona, nuestro territorio en obra. Una suerte de adopción del estilo antes señalado pareció marcar la llegada e incorporación al lugar. Las viviendas, con otra tipología, se plegaron a la explosión de colores intensos pasteles, dialogando en un mismo estilo con las anteriores. Es en este sentido que, como hemos planteado anteriormente, se esboza un territorio, o mejor dicho, una territorialización. Cuando aplicamos la técnica gráfica de la cartografía con esta vecina, para que nos representara ambos lugares, a escala de vivienda y a la media de la zona, optó por ir más allá, dibujando lo que consideraba idóneo para expresar lo que nosotros solicitábamos.
En tal sentido, una suerte de planta de un laberinto monocromático de líneas y algunas figuras poco definidas correspondían a su experiencia del asentamiento, que incluía el ícono del portal de la industria de origen aún en pie, y donde se señalaba el sitio aproximado donde su hijo había fallecido. Por el contrario, no una planta sino la fachada era la imagen de la nueva vivienda, con sus ritmos de aberturas, celosamente defendido frente a posibles modificaciones en la marcha del Plan según nos narró, y compartido con otro par de viviendas contiguas, una de la familia de una de sus hijas, y la otra de la familia de una vecina y amiga de dicho asentamiento, con la que emprendieron la aventura del Plan. Frente a la insistencia de parte del etnógrafo acerca de la escala media de la zona, apareció la planta, y esta era de una regularidad (líneas paralelas y cruces perpendiculares) por demás contrastantes al indefinido y caótico asentamiento de procedencia.


Un tercer tipo de habitares lo identificamos a partir de la experiencia de una familia que integra el denominado “grupo 2” de los beneficiarios del Plan Juntos allí. Existe un tercero, que comparte características muy similares con este, y se distingue del anterior, pero de todas formas aún no hemos llegado a ahondar en él. De todos modos, en los términos de este análisis, lo relevante es que existen otros habitantes que comparten las características de procedencia principalmente con los del primer grupo, pues han habitado en asentamientos irregulares hasta el momento, en zonas de la periferia urbana similares, aunque no necesariamente sobre restos industriales. Pues bien, el caso de esta familia es el de aquellas que provienen de un medio más que nada rural, en la misma gran zona del departamento montevideano, inclusive más allá de los límites sub-urbanos instituidos en la normativa urbanística vigente.
No es momento aquí de profundizar en las características de la ciudad, el departamento y el Área Metropolitana de Montevideo, tan solo anotaremos la importancia de habernos encontrado con otro universo en relación a lo se caracteriza como la “mancha urbana”. De todas formas, la vivienda de procedencia de esta familia se encontraba poco retirada de un camino, el cual presenta una nueva escala para el contexto local, en una mezcla de lo rural y lo urbano como estilos de vida y configuración espacio-temporal específicamente. A lo largo del camino y ya fuera de las tramas existentes, se disponen puntualmente servicios y viviendas, en su mayoría pequeñas casas de campo, de más de un siglo, en este caso para el capataz o quien cuidara de las hectáreas de tierra. Dentro de una suerte de desproporción, fuera de foco o escala experiencial, sintieron la necesidad de limitar su territorio familiar dentro de las dos hectáreas de campo. Una traza leve, en el pasto verde, rodea la vivienda, y es la huella de la solución encontrada en su momento. La superficie correspondiente fue objeto de diálogos con los propietarios, para intentar comprarla, algo que no fue posible frente a dificultades económicas y la aparición de interesados por todo el predio.
No era de extrañar que la vivienda se encontrara en una situación muy delicada, habitada por una familia que era más que nuclear, extendiéndose a otras generaciones y otros lazos y relaciones sociales. Varias fueron las intervenciones que tuvieron que llevar a cabo, como trasplantar con sus manos una puerta, integrando el baño al resto del interior de la casa (y el mismo temporal del 2004 antes mencionado, es especialmente recordado en tal sentido). Su entrada en el Plan Juntos es vivida con una alegría enorme, participando activamente de las tareas de construcción, organización colectiva y otras tareas relativas al componte social de inclusión del Plan, y su vivienda está en construcción dentro del conjunto de las que están en marcha para esta segunda ola organizada de nuevos habitantes. Pues bien, uno de los aspectos más significativos para la pareja era la cuestión de lo que implicaría volver a vivir con vecinos al lado, y sin los horizontes relativamente vastos tal como estaban acostumbrados. De todas formas, la zona está siendo transformada por emprendimientos industriales de mediana escala, como sucede hacia otro de los bordes de la mancha urbana en otra dirección, con lo cual aquellos horizontes ya no son los mismos.


  

3 Espacios y públicos

Planteábamos al comienzo de la primera sección de este artículo, que la cuestión medular era la de acceder a un conocimiento de la forma en que se crean nuevos habitares y pensar sobre ello. En un segundo paso, para poder realizar esto, decidimos focalizarnos en la territorialidad presente, y más aún en concreto, en aquella suerte de “territorio de lo público” (Álvarez Pedrosian, Del Castillo, Lamoglie, et. al., 2014) que podemos delinear. Diferente, creemos, hubiera sido partir de la idea de la existencia de un “espacio público” como algo dado. Las dos sendas que corren paralelas a ambos lados de la cañada canalizada por algo así como doscientos metros, perpendicularmente a la avenida que es más un camino hacia una ruta, disponen, con sus esquinas, del espacio que es considerado propiedad de la comuna, y contiene objetos que son de entidades estatales, como los postes del cableado eléctrico. Este espacio, por demás habitado (niños jugando en algunas horas, recicladores de basura con sus carros, y ahora obreros y técnicos del Plan), es el que se plantea, desde diferentes perspectivas, como aquél “territorio de lo público” antes referido.
Para eso necesitamos, decíamos, descomponer la articulación invisible entre espacios “y” públicos, lo que en seguida nos habilita la proliferación en ambos términos, existiendo espacios y públicos múltiples. Es una forma de “darlo vuelta como una media”, en el sentido de invertir completamente la pregunta. Esto es necesario, para nosotros, si queremos conocer entonces las vicisitudes que se experimentan en la misma generación de “ambientes para la vida” (Ingold, 2012), de comunicación en el sentido de procesos de transversalización que dinamizan medios y ritmos en la composición de territorios.
          La dinámica de territorialización necesita de los tres elementos, niveles co-presentes, o tipos de procesos de composición que Deleuze y Guattari (1997) caracterizaban como de segmentaridad, micro-devenires y fuga. Cada elemento de los tres depende de los otros dos, por supuesto, pero no dejar de ser diferentes. Parece que estamos ante una situación donde el territorio no ha terminado de cuajar, de alcanzar una consistencia relativa como para poder plantear que existe, por lo menos en los términos en que cada uno de los tres tipos de habitares descritos en la sección anterior lo consideran. Plantearemos una serie de cuestiones específicas, que son indicios de lo que puede estar sucediendo.
            Un primer fenómeno es la explosión de color, que se localiza claramente en la sección donde se ubican las viviendas de la intervención del PIAI, las más antiguas, actualmente llegando a una década de construidas. Al poco tiempo de la habilitación del “barrio Amanecer”, como bautizaron los involucrados al pequeño emprendimiento colonizador, se prendió una chispa y muchos terminaron pintando las superficies exteriores de las viviendas. Colores que van del verde al bordó, incluyendo blancos, emergieron rápidamente. Un primer componente territorial, la emisión en términos comunicacionales, hacia un entorno indefinido, sin fronteras entre dentro y fuera, pero ya con cierta abstracción que permite divisar un estilo, el segundo de los tipos de dinámicas de la creación de territorios.
Este gesto llegó rápidamente a las viviendas del primer grupo del Plan Juntos ubicadas más cercanas, las de los habitantes beneficiarios que llevan allí más tiempo, y junto a otros factores sociales y políticos hacen de su pequeño segmento continuo en la otra acera una extensión, en cierta manera, de aquél “barrio” originario. Otras viviendas posteriores, que ya se han construido, fueron pintadas con colores cercanos, aunque no del mismo tono, además de que la tipología (de una sola planta y no de dos, como las anteriores) hace la diferencia. Lo que aún se encuentra en obra, una gran parte del lugar, está en etapa de levantado de paredes, terminaciones de aberturas y demás. La estampa de ese paisaje de colores se concentra en una sección vecina a la conexión de la faja de sendas y cañada canalizada con la avenida, que se comporta más como una carretera secundaria, a pocos cientos de metros de una encrucijada de rutas nacionales.




            Una segunda dinámica es la del manejo de las aberturas y cerramientos de las viviendas y predios de carácter privado ya habitados, con este espacio abierto en construcción. Habíamos planteado, siguiendo a Deleuze y Guattari (1997) en la síntesis de perspectivas con las que conceptualizan al territorio, que existe una micropolítica en lo que sería una dimensión de intensidades y fuerzas más o menos en tensión, una “distancia crítica” (Deleuze y Guattari, 1997: 325). Una forma de hallar una salida a la esencialización en la forma de pensar sobre los fenómenos antropológicos, a veces, puede venir por el lado de la articulación entre lo etológico (ecológico) y lo semiótico. Esto mismo lo estudió con bastante detalle Hall en su “proxémica” (1994), en una articulación interdisciplinaria conocida como la Escuela de Palo Alto, en conexión con los trabajos de Bateson (1991), Goffman (2004) y otros, en torno a un concepción múltiple y expresiva de “comunicación” (Winkin, 1994). Y está presente ya en la anterior Escuela de Chicago, en los contextos disciplinares de la antropología, la sociología y la psicología social (Wirth, 2005; Valladares, 2005), así como en el pragmatismo filosófico de comienzos del siglo XX.
Las cuestiones relativas al estudio de la comunicación en el llamado espacio público, en aquellos espacios donde existen espacialidades regladas a través de formaciones modélicas sobre un magma de lo imaginario donde se va fraguando la subjetividad, encuentra en ellos alternativas interesantes. En este caso, la dimensión terrestre del territorio, en los términos de Deleuze y Guattari (1997) que venimos siguiendo, está presente en múltiples aspectos. Uno de los más relevantes tiene que ver con la pléyade de tamices y filtros (Doberti y Giordano, 2006), de formas de resolver los límites entre lo que termina siendo el ámbito dentro del cual el habitante se considera dueño de su destino cotidiano, lo privado, y el que está más allá, constituyendo lo que hay que atravesar cada vez para entrar y salir, y también es merecedor de atención y preocupación por eso mismo, pero está liberado a fuerzas mucho más vastas, lo público: “Lo privado es lo que no se muestra al exterior, lo que se esconde, lo opaco, lo que no deja de ser la variable cultural de la necesidad de ocultarse que la etología registra en el reino animal.” (Delgado, 2007: 30-31). Quizás a esto convenga llamarlo “intimidad” más que “privacidad”, y se puede hacer en diferentes escalas cualitativamente variables: solo, en pareja, en grupo, según masas o multitudes. Ciertamente, siguiendo nuestro estudio etnográfico, todo comienza desde un punto de vista lógico y composicional, en el trazado de ambas sendas paralelas al canalizado, en tanto cada línea de frente de fachadas y suelo de balastro, aspira a ser una calle, el “entre-dos” que mediaría: “entre a grande praça anónima e o lar doméstico.” (Agier, 2011: 188).
            La aparición de los diferentes tipos de enrejados desde la concentración de viviendas construidas en el marco del PIAI, el “barrio Amanecer”, da cuenta de una tipo de solución, así como los considerables muros de bloques y los portones en el pequeño grupo de habitantes del primer contingente del Plan Juntos. Y las razones, desde sus puntos de vista, tienen que ver con los de fuera, de otros territorios, aquellos que disparan con armas de fuego y viven del delito. Relatos sobre “copamientos” efectuados por pequeños grupos armados, con la presencia de niños pequeños, en épocas festivas, en una de esas nuevas y tan amadas viviendas, sobresalta el corazón de cualquiera. Como hemos visto, los habitares son diferentes, proceden de trayectos históricos singulares, y ahora se encuentran todos compartiendo territorio, o teniendo que crear un territorio “común”, en el sentido de “propio de todos” (Martín-Barbero, 2010: 46). Y aquello en lo que hay encuentro es en la heterogeneidad, en la diferenciación. Las acciones en el Plan socio-habitacional y del anterior de regularización de asentamientos, llevan aparejado una intensa modificación de la vida de todos los habitantes, envueltos en procesos que buscan la participación y gestión democrática de la experiencia compartida entre habitantes y técnicos. Pasar de “súbditos” a “ciudadanos” (Carrera, 2009), para los latinoamericanos, no es tarea fácil, y esto puede correr para diferentes contextos culturales y sociales, subjetividades que se conciben tan ajenas unas de otras por cuestiones de clase y etnia principalmente.
Como planteamos en el primer aspecto a considerar, es esta dinámica de los micro-devenires, de la consistencia en lo cotidiano de lo vincular, lo que aparece como problemático. Pero no es menos cierto que todo esto se encuentra en pleno proceso de transformación radical, es decir, actuando en la materialidad, con obras que aún están en marcha, y que necesariamente se tiene que desplegar un juego de tamices y filtros, un estriaje del espacio (Deleuze y Guattari, 1997: 481-509), composición que lo singularice. Es inevitable que estos componentes liminares e intersticiales sean asociados de alguna forma a actos considerados como violentos desde alguna perspectiva o posición en el entramado social, incluso para los mismos que los plantean: “[…] lo público consiste en mantener siempre los espacios vacíos en los cuales el sujeto pueda estarlo recreando […].” (Sanmiguel, 2005: 23).
             En una “jornada de embellecimiento” que tuvo lugar hace unos años, se montó lo que existe en este “territorio de lo público” sin ser las columnas de la empresa de electricidad pública, el armado que entuba la cañadita central, y poco más. Se habían plantado algunas flores y quizás algún otro elemento verde, pero desapareció al poco tiempo. Mientras que la estructura de madera pintada, que constituye una suerte de escultura en homenaje a Alfredo Mones Quintela, nombre de la “avenida” que vendría a ser la estructura lineal de sendas paralelas de balastro y el canalizado en medio, no sólo sigue en pie, sino que es uno de los elementos más significativos. Y quizás, lo es más en relación a los otros territorios, al afuera, a lo que más bien es una vía de circulación, un flujo urbano y suburbano que permite ir y venir. Parece ser un pórtico, al estilo del que existe en una de las zonas de residencia de la población de mayores ingresos de todo el Uruguay, pero revolucionario, tradicionalmente contra-hegemónico.
La obra artesanal homenajea en parte a través de la mimesis y gracias a la asociación de la lucha de los sectores más desfavorecidos con el movimiento de cañeros de Bella Unión, emblemático en la historia de la izquierda uruguaya, a través de esa suerte de alegres cañas de azúcar con el nombre del ingeniero agrónomo que logró introducir su cultivo en el país. No todos los habitantes se encuentran en el mismo espectro político, y tienen otras interpretaciones de lo que son sus propios vecinos, en algunos casos, a pesar de todo. Pero la escultura colectiva, casera, hecha entre varios tipos de participantes (habitantes, profesionales de la municipalidad, del plan habitacional, etc.) persiste, y cobra nuevas funciones como elemento de un hábitat urbano en gestación.
En una de las jornadas de trabajo de campo, nos encontramos con un cartel, como puede verse en la fotografía siguiente. La práctica de colgar pancartas de este tipo ha venido conformándose como algo habitual en todo Montevideo, y quizás también se da en algunas otras ciudades del Uruguay. Es un tipo de apropiación de lo público muy interesante. Hay una exposición hacia los otros, donde se informa de algún suceso (por lo general el paso de la niñez a la adultez de alguna adolescente, o la obtención de algún título universitario también por parte de alguna joven), el cual es a la vez de principal relevancia para la homenajeada y su entorno de vínculos más cercanos. Esta intervención espacial podía observarse de frente, desde fuera del territorio, haciendo uso de la estructura de madera que es soporte de un acto creativo colectivo, en algo más que una simple superposición de estratos de significación.






4 Conclusiones

            Sigue siendo muy difícil trabajar sobre la comunicación en el espacio público, por el grado y tipo de esencializaciones puestas allí en juego. Una de las más relevantes, nos parece, es la que asocia “espacio público” con “sociedad”, pues se trata de algo muy peligroso. Sabemos que existe una historia que da cuenta de lo contrario, gracias a estudios emblemáticos sobre la ciudad moderna (Benjamin, 2005), análisis que ponen de manifiesto desde la transición hacia el siglo XX europeo la ambigüedad de lo citadino como lo cercano más ajeno (Simmel, 2005), una forma de vida con gran carga de extrañamiento. La heterogeneidad y multiplicidad se adueñan y potencian a las ciudades cosmopolitas un siglo después (Lie, 2009), y es un asunto que adopta diferentes configuraciones, a partir de todas las formas de diferenciación y diversificación posible (Low, Taplin, Scheld, 2005).
Es mucha carga para una categoría tener que dar cuenta de lo que pasa con aquellas grandes dimensiones como “lo social”, que constituye un gran supuesto dado por sentado en disciplinas y campos de saberes de las ciencias humanas y sociales. Además, la cuestión es otra: aquellas ideas que aparecen como potentes nociones intocadas (al estilo del primer Kuhn en la teoría de los paradigmas), son problemáticas, en el sentido crítico de asuntos en discusión, en exploración, para nada cerrados.
            Lo cierto es que las transformaciones promovidas por lo que en general ha sido asociado al individualismo, generado y exportado desde las sociedades urbanas occidentales del último siglo, la precarización existencial y el vaciamiento o deflación ontológica de las culturas y formas de vida que las habitan, encuentra en los territorios considerados como de lo público, el emergente por excelencia. El peligro es mayor cuando podemos reconocer que entre las concepciones que efectivamente operan sobre prácticas de eliminación de estos espacios y las buenas intenciones de pensarlos como una sustancia –lo social como cuerpo lleno de órganos: organizado y estructurado como un todo (Deleuze y Guattari, 1997: 155-171)– no hay mucha diferencia. Ciertamente un plano de inmanencia de un tipo de subjetividad ha sido creado, desde la polis griega a la ciudad moderna y sus diversas mutaciones contemporáneas, el cual está siendo alterado y por tanto, modifica lo que somos nosotros mismos en tanto habitantes.
            Como la individualización/masificación no cubre ninguna totalidad, es entendible que existan espacialidades emergentes entre las ruinas y despojos de aquellos ámbitos de encuentro, así como otras que siguen sus propias derivas a pesar y de diferentes formas transformadas al pasar por lo masivo, y luego de la “pulverización” del espacio público bajo políticas neoliberales (Wollrad, 1999: 17). El problema es la intervención al estilo del “parque temático” (Sorkin, 2004), de maquetación y control a través de un diseño miniaturizado y que pretende ser omnipresente.
Nuestro caso parece mostrar lo diametralmente opuesto, algo bastante característico de la ciudad latinoamericana. Aquí nos encontramos con el mismo problema, para pensar y actuar en consecuencia y generar esos ámbitos o entornos para que se produzcan y potencien los encuentros. Los sujetos en cuestión, producen y son producidos por una instancia espacio-temporal donde se configura el “otro generalizado”, habilitando el juego de lo cotidiano en ese espacio llamado público (G. H. Mead en Delgado, 1999: 14). No es una esencia, se trata de algo muy contingente e intempestivo, acontecimientos productivos que desencadenan o no ciertos tipos de procesos, si se dan, y de cierta manera. Interesante es retomar la noción de lo urbano formulada por Hiernaux (2006): el cruce de lo fortuito, lo aleatorio y lo fugaz, como esta disposición existencial.
Si no se trata de individuos que se relacionan externamente a sí mismos en una dimensión de puras líneas y cruces, una intersubjetividad estandarizada, ¿qué más hay? La misma producción de subjetividad, que incluye la singularización en sujetos particulares, irrepetibles, que la crean y recrean, es decir, el plano de inmanencia. “Habitar” en alemán, en una de las acepciones góticas que nos trae Heidegger (1994) en su exégesis, está ligado al “estar satisfecho (en paz)”, para nada considerado como algo pasivo y desprovisto de conflicto, pero sí “preservado de daño y amenaza […] cuidado”. Un sujeto pasa a ser quien mora en ese allí y de esa manera, “cómo se experiencia ese permanecer” (Heidegger, 1994: 130). Un hogar es eso, y sin dudas más allá del criterio estándar de compartir un domicilio (Netting, Wilk y Arnould, 1984: xxvi-xvviii). Es tanto una cuestión que hace a la vivienda como al entorno cercano, a toda la ciudad o la aglomeración urbana, a una región, al planeta y más también.



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[1] Esta investigación se lleva a cabo desde 2013 en el contexto del Pos-Doctorado en Antropología, dentro del Colectivo Artes, Saberes y Antropología, bajo la coordinación de la Dra. Fernanda Arêas Peixoto, Departamento de Antropología, Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), Brasil.






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